viernes, 27 de agosto de 2010

El factor Droopy y los espías caninos




En la cuadra del edificio donde vivía hasta hace unos tres años, en el centro de Belgrano, hay un edificio cerca de la esquina que tiene un encargado muy simpático, pero no porque sea gracioso: de hecho no lo es, y anda arrastrando sus pies por ahí acompañado de una perrita pedorra de raza perro que sí es simpática. Cuando yo vivía allí lo veía casi siempre, con esa gracia que tienen los encargados de los edificios a la tardecita/noche, bañaditos y con el jean "de salir", las adidas blanquitas y el pólar sin mangas.

Desde que voy ocasionalmente, es rara la vez que no lo encuentre también dando vueltas por ahí, solo o con la perra. Uno ve la perra y sabe que el tipo está cerca, como esos animalejos que alertan sobre la presencia de un depredador en los alrededores.

Ahora bien, en un principio yo creía que esto sucedía porque yo siempre iba a la misma hora, los mismos días de la semana. Pero al poco tiempo me di cuenta de que el tipo siempre estaba ahí, inclusive cuando me acercaba en auto y estaba, digamos, a 5 cuadras del lugar, fuera de mis horas o días habituales, o hasta cuando pasaba de casualidad por allí. Droopy y su perrita blanca.

Con mis hijos lo bautizamos Droopy por esa capacidad de aparecer de la nada que tenía el perro de los dibus, y solemos reírnos mucho cada vez que lo vemos. Lo señalamos con las cejas cuando pasamos a su lado, o los veo reírse de vereda a vereda cuando advierten que yo registré su presencia. Sin ir más lejos, hace media hora fui a darle algo de ropa a uno de mis hijos (se la había olvidado en mi casa), en un horario en que no voy nunca... y ahí estaba Droopy con su perrita fiel.

Yo también creía que este era un hecho aislado, una anécdota de encontrarse con alguien casi de casualidad, como a veces me lo cruzo al churrero paraguayo que anda en bici por las calles del barrio de Saavedra los sábados por la mañana y yo lo persigo en auto por la calle Conesa (o eventualmente por Zapiola), frenando en cada bocacalle a ver si lo ubico. Sí, usualmente lo encuentro, me compro un par de churros (más ricos y baratos que los de la panadería), y me acuerdo del comienzo de Rayuela, eso de salir a encontrar a alguien aunque uno no sepa si... ¿encontraría a la Maga?

Lamentablemente, las apariciones raras y los canes me siguen acosando: en el edificio donde vivo ahora solía escuchar, cuando apenas me mudé, un concierto de perros aullando y ladrando como si los estuviese atendiendo Camps o Echecolatz (o Patti, ya que estamos). Por vecinos me había enterado que un señor raro casado con una señora, ya mayores, sin hijos o con hijos mayores viviendo quién sabe dónde, tenían un pequeño negocio acá a dos cuadras y ocasionalmente se turnaban para pasear a los perros. Lo que me está preocupando en estos días es que tengo mi propia versión barrial de Droopy, porque también me lo encuentro al tipo, paseando a algunos de sus 97 perros a cualquier hora del día o la noche, en cualquier lugar, y en cualquier circunstancia. Al tipo me lo he cruzado un sábado de madrugada, o sea, domingo tipo 6am, yo volviendo un tanto escorado, y él lo más fresco con los perros (de a tres, mínimo) cagando alegremente sobre la vereda donde después yo juego a la rayuela para no enchastrarme.

Es más: una vez que no funcionaba el ascensor, el tipo se quejaba porque tenía que subir 5 pisos... ¡con un perro cardíaco!

Me parece que estoy en un momento peligroso de mi vida. Sueño que seres siniestros con perros salvajes me persiguen, intentan averiguar mis secretos, controlar mis movimientos o, como los dementors de Harry Potter, extraerme mi alma al tiempo que me dejan congelado y sin vida.

Horror.

martes, 24 de agosto de 2010

¿Qué parte no se entendió?




Hace un tiempo hice un post sobre esta mujer y nadie dijo nada.

Posiblemente esto ayude a convertir infieles.

Enjoy.


jueves, 12 de agosto de 2010

And It's Beautiful

Los Crash Test Dummies están de vuelta... ¡y es hermoso!

Esta canción está en su nuevo trabajo "Oooh La La", aparecido hace muy poco. La banda ahora es básicamente sus dos miembros compositores/cantantes/fundadores, el loco de Brad Roberts y la rubia Ellen Reid. El último CD fue hecho en base a un juguetito musical muy viejo llamado Optigon, pero no los quiero aburrir con detalles.

En la página del grupo hay más info. Mientras tanto... este es el clip oficial de la canción que titula el post.

Enjoy!



Para quienes prefieren a los vintage Crash Test Dummies (no, no voy a postear la del Mmmmm... que me gusta mucho pero está demasiado escuchada). Esta es de ese mismo disco, "God shuffled his feet", y tiene algunas frases memorables. La canción trata sobre envejecer y entre otras cosas dice que va a llegar un momento en que las tardes se van a medir por cucharaditas de café (por las dosis de medicación) y T. S. Eliot, por la lectura.

Brad Roberts ha perdido algo de pelo (bastante) pero no las mañas. Y además, es fan (y un poco ladrón, digamos) de XTC. Qué más se puede pedir...

lunes, 9 de agosto de 2010

Reality Bites



Los/as cuatro que leen esto habitualmente ya saben de mi aversión por las slow motions domingueras.

Las cosas no han cambiado mucho desde ese entonces en esta pálida ciudad, e inclusive hoy he percibido que se han trasladado a los días de semana, precisamente al lunes. Quizás es una cuestión de adyacencia con el fin de semana pero lo que estoy viendo es que o el mundo anda más despacio o yo estoy andando demasiado rápido. Quizás sea esto último, y eso no es un dato alentador.

En mi actividad laboral tengo que andar dando vueltas por los bancos, a veces cobro trabajos con cheques, a veces no, a veces necesito algo de cambio, a veces tengo que hacer trámites bancarios que no son ni una cosa ni la otra.

Los bancos siempre me parecieron la encarnación del mal, de la crueldad in-your-face, del te la pongo y vos no podés decir nada porque yo la tengo más grande que vos. Te cobro la ineficiencia, y vos no podés decir nada. La inmensa mayoría de las instituciones bancarias tienen tarifas adicionales si, por ejemplo, tenés la osadía de depositar algo en una sucursal que no es la tuya, de dejar el importe de cheque en un limbo extraño durante 48 (cuarenta y ocho) horas antes de pasarlo de un lado a otro, en pleno año 2010 y con la informática y las comunicaciones en el estado obsceno de desarrollo que siempre es resultado de la famosa codicia, que es buena según Mr. Gekko.

Los resúmenes bancarios están llenos de cargos por infracciones que cometemos los ciudadanos por no bancarizarnos del todo, yo afortunadamente manejo muchas de ellas desde el mismo lugar donde estoy escribiendo esto, pero nada me salva si retiro guita en un cajero Banelco del Banco de las Petunias en lugar del Galicia. Las terminales de autoservicio, creadas específicamente para tener menos headcount que bancar a fin de mes, no funcionan bien, o andan 2 de cada 4 en muchos lugares, y como consecuencia hoy me tuve que soportar a un cadete de una empresa que hizo 12 (doce) depósitos distintos en una de esas terminales, justo delante de mí. Los cajeros no suelen tener sobres para depósito, o no tienen dinero suficiente nunca y es común ver gente haciendo cola en los cajeros a cualquier hora. Cola en los cajeros automáticos. ¿No era que los cajeros automáticos estaban para que no hagamos más colas?

Todo esto ocurría hoy, luego de vagabundear un rato por Parque Patricios, donde casi me permito un momento de hedonismo extremo cuando estuve a punto de clavarme un choripán con vino barato en una parrilla ubicada casi enfrente del Ducó. Los bepis de las fábricas de ahí también están bancarizados y se la ponen igual que a mí, pero yo no tenía tiempo para engullirme el chori en plena Av. Amancio Alcorta. Ellos la pasaban bien, y yo no.

Entonces, tanto arriba del auto a la mañana, como dentro del cajero a la tarde, el mundo transcurría exasperantemente lento. La realidad, tal parece, se está empecinando en tirarme un rato para atrás, y eso, reitero, no es un buen síntoma.

Casi como que me alegré cuando hice caminando unas 10 cuadras al sol de la primera tarde, atravesando Catalinas y yendo hacia Retiro para tomar el tren de vuelta a mi casa. Aquí puedo poner algo de música, picotear algo de la torta que me quedó de ayer cuando vinieron mis hijos, mirar de vez en cuando el río a través de la ventana, no mucho porque la visión de gente despreocupada tomando clases de tenis mientras yo laburo no me causa mucha gracia, etc...



Pero claro, en el tren línea Tigre, a esa hora, no hay mayoría de profesionales circunspectos y ridículos como yo. Un matrimonio joven, de no más de 25 años se sienta frente a mí con su pequeña nenita, que juega con el celular del padre, dueño de un ringtone odioso con una nenita (otra nenita) cantando en no sé qué idioma. Luego, el tipo manda otro mp3 (su teléfono es más tecno que el mío, lo verifico) esta vez con una actriz que hace voz de nena pero putea a lo loco. La pendejita de no más de 4 años se ríe, la historia cuenta algo como que una chica que trabaja de mucama se "come un bebé todos los años", hace cosas raras con el dueño de casa, y sigue puteando. La nenita se ríe, los padres también. Yo trato de concentrarme en mi libro. No puedo. El tren, obstinadamente, descarta de plano la idea de salir antes de las 15.05 de Retiro, que es su hora pautada. Y el padre de la nena, aparentemente molesto por un par de miradas torvas (no la mía, soy bastante amargo socialmente pero todavía no me da por esas actitudes), apaga el mp3 de la escatológica monologuista, que tiene un acento raro entre paraguayo y boliviano (eso le dice el tipo a su esposa, yo no distingo los acentos).

Otra pareja detrás de mí come un sánguche de milanesa. Yo todavía no almorcé, lo haré en cuanto llegue, pero milanesa, no. Está difícil seguirlo a Scott Fitzgerald y su "Head and Shoulders". Me pongo contento como un imbécil cuando el tren finalmente arranca y todas las conversaciones, toda la vida que estalla a mi alrededor se hunde como en una almohada sónica y el golpeteo de las ruedas sobre los rieles hace homogéneo todo, las expresiones humanas y el zumbido de las máquinas.

De todos modos, el minnesotano Francis perdió la batalla, aterriza en mi mochila, saco los anteojos oscuros y me dispongo a mirar hacia la izquierda las construcciones de 5 pisos de la villa 31. A diferencia de lo que pasa en ese preciso momento dentro de mi cabeza y quizás de mi alma, allí también hay gente que vive, que toma los días de a uno por vez y en ese proceso queda detrás en mi imaginario espejo retrovisor. Uno de los pocos casos donde estar delante en realidad es estar fuera de lugar, es decir, en el lugar más incómodo.

Luego de una tarde relativamente apacible laburando en mi casa, mi amigo F. me llama para saludar. Al fin uno con la vida resuelta, me digo. Siempre admiré a mi amigo F., en parte por eso es mi amigo, un tipo equilibrado, creativo pero sin enloquecer, divorciado hace años pero sin complejo de pendejo rompebombachas, serio pero no solemne, con algunos puntos en común conmigo (si no, no sería mi amigo), pero con ese plus que le da haber madurado antes luego de una infancia no tan fácil emocionalmente. El tipo está arriba de su auto, hablamos de 2 huevadas pero se lo nota nervioso, me consta que habla con manos libres, lo he visto y jamás pondría en riesgo su vida ni la de otros por hacer esas boludeces.

"Estoy yendo a yoga", me dice. Qué bueno. Lo felicito por el control. Los ancianos de nuestra edad, en estas fechas hito que nos han tocado últimamente, intentamos tener nuestro costado zen, aunque no siempre nos sale bien. "Qué control ni tres carajos", me dice. "Salí de Palermo hace 20 minutos, todavía estoy en Belgrano, y tengo que llegar a Villa Urquiza en 5 minutos, a media cuadra de donde se derrumbó el gimnasio hoy."

"Y la putísima madre que lo parió, te llamo más tarde y arreglamos para vernos". Corta.

Uf.

Menos mal que hay tipos normales como yo todavía en esta ciudad.

viernes, 6 de agosto de 2010

Pity Me

De sopetón, sin decir agua va, la mexicana me espeta:

Por favor ingrese la hora dentro de las próximas 24 horas en la cual desea recibir su llamada de despertador.

Hace una pausa casi imperceptible, y sin dejarme respirar, agrega:

La hora debe ser introducida en formato de 24 horas, dos dígitos para la hora y dos dígitos para los minutos.

Y se pone mandona al final (pegame y llamame Marta):

Por favor ingrese los cuatro dígitos ahora.


Para dejarme tranquilo, reasegurándome de que el mundo, y en especial Telecentro, son parte de un lugar confiable, me relaja con:

Usted recibirá su llamada de despertador a las... 6 horas y cuarenta-cinco minutos.


Lástima ese final, parece coreana o no sé qué.

Pero bueno, mucho no me puedo quejar, desde hace unos 3 años a esta parte, es (casi siempre) la última voz femenina que escucho en el día que se dirige a mí en forma directa antes de irme a dormir.

No es poco.