viernes, 30 de noviembre de 2007

Costumbres argentinas

Esta es una buena canción.

A veces lo olvidamos entre tanta actitud barrial y de aguante, o (perpetrada por el mismo homenajeado) tanta rima consonante al pedo, ¿no?

La letra también es buena.

Enjoy.

Muerdo el anzuelo y vuelvo
a empezar de nuevo cada vez.
Tengo en la mano una carta
para jugar el juego cuando quieras.

Caminando, caminándote,
mi calle que quizás yo pueda cambiar.
Esperando, esperándote,
costumbres argentinas de decir no.

El problema es otra vez la situación
cada vez peor del corazón,
yo camino todo y veo
cada vez que quiero y te espero.

Caminando, caminándote,
mi calle que quizás yo pueda cambiar.

Esperando, esperándote,
costumbres argentinas de decir no.

Anabellita strikes again

La vida en una empresa con más intenciones que recursos no es fácil, y Anabella lo expresó de manera brutal.

Poco tuvieron que ver esta vez sus amores contrariados o desencontrados o devaluados, sino la propia realidad en forma de útil herramienta.

- Entonces, Anabella, ¿cómo te figurás que es tu trabajo?
- ...
- Sí, ponele una imagen, dijo el sádico capacitador.
- ... Mmmm... un martillo, dijo Anabella, pronunciando la primera sílaba normalmente y la última casi inaudible.

Gestos de escozor entre los presentes.

El tipo no se iba a dar por vencido. Cuando tiene la oportunidad de ser protagonista, poco importa la sensibilidad de una bailarina indefensa.

- ¿Qué hace un martillo?
- Golpea.
- ¿Dónde?
- (hijo de puta, no puedo creer lo que me estás haciendo...) ...
- ¿En qué lugar golpea el martillo? Perdón, voy a reformular la pregunta: ¿En qué lugar te golpea, Anabella?

- En la cabeza.

Y comenzó a lagrimear profusamente, sin taparse los ojos, sin emitir un sonido, sin manotear una de las servilletas que sirven para no enchastrarse las manos a causa de las medialunas. Como si hubiese finalizado un strip tease aterrador, como si hubiese arrojado la última pieza de ropa interior en la cara del tipo, como si sólo estuviese vestida con sus delicadas sandalias en sus delicados pies, Anabella paseó la mirada por todos nosotros para terminar fijándola en su interrogador policial.

Hace tres días que Anabella no va a trabajar, presuntamente afectada por una disfonía que ya ese día hizo aun más dramático su testimonio.

Ninguno de nosotros sabe si volveremos a verla.



viernes, 23 de noviembre de 2007

Las apariencias siguen engañando


Anabella promedia los veintipico, morocha argentina con algún ancestro de Europa del Este, no es exactamente linda pero nadie diría que es fea. Sobre todo por los detalles que complementan el conjunto. Ni alta ni baja, peso ideal que no llega a los 50 kg ni ahí, figura moldeada, Anabella es bailarina profesional en sus ratos libres, y está acostumbrada no sólo a trabajar con su cuerpo como herramienta (no, no ESA clase de trabajo), sino que además actúa en público con relativa frecuencia. Es más, a su compañía se le avecina una gira por Oriente y es altamente probable que Anabella no regrese a Buenos Aires, al menos durante un tiempo prolongado, y viva de lo que le gusta, y no del garrón de andar tomando pedidos de clientes gruñones.
Anabella es simpática, cuando te dispara una sonrisa tenés que ponerte anteojos oscuros, es muy amable, tiene un trato delicado, detalles no menores que se complementan con un culo redondito y perfecto, cintura y caderas proporcionadas, busto del diámetro adecuado, hermosas piernas torneadas y una gracia en el andar que no es común ni siquiera en las bailarinas.

Estoy participando en un curso dictado por un capacitador. Somos varios, predominantemente del área comercial, mujeres y hombres, entre ellos vendedores y técnicos de pelo en pecho. En la última sesión se hablaba de las cosas que uno repite sabiendo que no le va a ir bien: la famosa frase de Einstein que dice que es estúpido esperar un resultado distinto si uno hace lo mismo una y otra vez.

Ejemplos de vida, ejemplos de laburo, ejemplos de todo tipo, la famosa experiencia, catarsis en público. Súbitamente, Anabella levanta la mano para “contarnos” su “caso” (cuéntanos, Anabellita).

- A mí me pasa eso, pero no puedo evitarlo: con cada novio que salgo al poco tiempo me doy cuenta de que no nos vamos a llevar bien, de hecho algunos de ellos me tratan mal (psicológicamente hablando, todos suponemos), pero como yo tengo miedo de estar sola, los vuelvo a ver, los sigo tratando, y me sigue yendo mal.

A esta altura, la casi totalidad de los hombres presentes hacen pucheritos, inclinan la cabeza a un lado y al otro, enarcan las cejas, mascullan para sí vaya a saber qué barbaridades y se ofrecen (en sentido figurado, si no van todos presos) a hacerle algunos mimitos a la pobre alma de Anabellita, pero principalmente a los casi canónicos detalles orográficos de su humanidad.

Luego del primer shock, los muchachos se miran entre sí azorados, tratando de imaginar qué clase de bruto primate incivilizado sería capaz de hacer sufrir a tamaño ejemplar hembra alfa beta gamma (todo el alfabeto griego, de hecho), esa gatita dulce que ahora se ha contagiado el puchereo de su audiencia, como buena performer que se mimetiza con su público.

La cosa deviene en una discusión sobre decisiones, actitud, cambiar el ángulo del observador y todas esas paparruchadas y medias verdades que suenan re-corporate y sirven para llenar diapos de Powerpoint.

Y allí queda Anabella pensativa, la que todos creemos que es una gata en celo cuya vida le sonríe en el presente y en el futuro, durmiendo en hoteles de 500 dólares de Beijing y haciendo el amor salvajemente con un equivalente masculino de su condición físico-mental superior.

No es tan así, parece, y los pobres descastados que apenas podemos salir a rebotar penosamente al ritmo de una de la Bersuit en un casamiento nos sentimos un tanto menos miserables, acovachaditos y cómodos en nuestra propia tristeza de no pertenecer a los bellos que a veces, sólo a veces, aunque nos cueste reconocerlo, son malditos, como la pobre Anabella.

Como decía una canción prehistórica: que shore, que shore esá malvada… que bien merecido se lo tiene, loca ‘e mierda.

martes, 20 de noviembre de 2007

Tilingos


Como alguna gente sabe, el último jueves de noviembre se celebra Thanksgiving en los United States of America, fecha que conmemora el contacto "amigable" entre los native Americans y los pilgrims alrededor de 1621, una especie de camaradería dicharachera que luego devino en lo que conocemos (nosotros también de cerca): se los comieron crudos (los peregrinos a los indios, no al revés).

En este país austral y devaluado que patéticamente conmemora el Valentine's Day, Halloween, St. Patrick's Day y todas esas pelotudeces atómicas, no me extrañaría que los cabeza de corcho que nunca faltan, posiblemente pertenecientes a segmentos well-off de la población, gente de los gated neighbourhoods en los suburbs, dispongan algún tipo de versión local, por ahí entreverando alguna bondiolita o morcipán entre la cranberry sauce y el consabido turkey.

Quién te dice. Es cuestión de esperar.

Aclaración: el uso snob y descarado de términos en inglés es absolutamente adrede (nunca falta el pelotudo, ¿vio?).


lunes, 19 de noviembre de 2007

Un buen comienzo

La idea no es muy original, pero vi un post temáticamente similar en lo de yéid y decidí hacer algo por el estilo.

Después de leer el siguiente comienzo, difícil no seguir a ver qué onda, ¿no?

"La nuestra es esencialmente una era trágica, entonces nos rehusamos a tomarla trágicamente. El cataclismo ha ocurrido, estamos entre las ruinas, empezamos a construir pequeños nuevos hábitats, a tener pequeñas nuevas esperanzas. Es un trabajo bastante duro: ahora ya no hay un camino fácil hacia el futuro, pero o evitamos los obstáculos o nos tropezamos con ellos. Tenemos que vivir, no importa cuántos cielos se hayan caído."


Dios existe


Ésos que se ven ahí son mis anteojos favoritos.

Compré un par cuando tenía unos 25 años.

Me acompañaron a todos los viajes y circunstancias desde ese momento, climas fríos, templados, cálidos, viajes por laburo dentro y fuera del país, playas argentinas y foráneas, excursiones familieras, aventuras efímeras (de todo tipo), etc.

No son caros, pero el tipo con la mantita en el piso cerca de la esquina de Cabildo y Sucre no los vende. Ni siquiera imitaciones. Siempre me parecieron especiales y distintos, aunque son bastante standard.

Hasta el otro domingo, cuando estuve buena parte de la tarde hablando amablemente con una dama en un bar cercano a la Redonda, por ahí nomás de donde está el de la mantita.

En algún momento de la interesante charla, y sin que yo lo advirtiese, el estuche se deslizó de uno de los bolsillos de mi campera (hacía un fresquito interesante y la conversación con la dama, y la dama proper, estaba muy buena), y quedó allí tirado, a la buena de Dios.

Recién me percaté de la falta a la mañana siguiente, chequeando accesorios mientras me vestía antes de ir al laburo. Me mordí el labio inferior e insulté interiormente a la dama (o a mi lascivia o a ambas cosas), que había aparecido en mi vida para extraviarme mis preciados Folding Wayfarers, ésos que compré en un free shop hace más de 20 años.

En un último y desencantado intento, manotón de ahogado mental, me acerqué ese lunes mismo a la mañana al lugar, le pregunté al encargado de turno esperando que me conteste que no, que nada que ver, que no había nada, que cuando vuelva el encargado del domingo a la tarde le preguntaba... cuando el tipo mete la mano en un cajón y me pone en el mostrador el preciado sobrecito negro.

¿Tan acostumbrados estamos a las pérdidas? ¿Por qué pensé que no, que nunca más? ¿Por qué el tipo decidió guardarlos y no regalárselos al sobrino o al nieto? ¿Por qué no los tiró a la basura?Después de todo, el estuche, si bien entero, está muy baqueteado pero con sus velcros sanitos, que no se ven desde fuera.

No es un hecho trascendente, como casi todo lo que se escribe por acá, pero me sirvió para ubicarme en tiempo real en una situación, en una circunstancia, donde se da la anti-ley de Murphy, donde es la desolación la que precede al alivio, y no al revés.
Uno de mis juguetes favoritos, entonces, sigue acompañándome cada vez que asomo mi cara al sol porteño.
Está todo bien, aunque si efectivamente los perdía, la dama en cuestión bien valía la pena.
La vale todavía.



Prejuiciando

Siempre me gustó burlarme estúpidamente de los que alguien con mucha más creatividad que yo, bautizó como blogs de minita, plagados de expresiones del tipo "estaba borracha maaeeelll", "no podés", o la clásica, "me puse los stilettos y salí a la cashe a matar".

Otro objeto de menosprecio son los blogs de madddre, donde las bloggers cuentan intrascendencias sobre sus párvulos. Yo tuve, tengo y tendré mi equivalente de tal actitud vergonzante: los posts andan por ahí abajo, tres para más datos.

Sin embargo, hace poco, un blogger vecino anunció que su esposa había inaugurado un espacio y allí fui con mis uñas afiladas, para encontrarme, una vez más como me pasa últimamente, que soy un experto en decir y escribir pelotudeces y, lo que es peor, pensarlas, o sea darles un cariz seudo-racional.

No es que el blog sea brillante, aunque no está nada mal. Ser miembro de esa familia, o al menos conocido, calculo que incrementa el disfrute y los códigos. Pero lo que verifiqué efectivamente es que teniendo en cuenta que, también por prejuicio pero con bastante de fundamento, pienso que el cónyuge de la señora es un tipo que tiene la cabeza para algo más que el pedestre detalle de que no se le caigan las orejas, yo decidí arbitrariamente que no me parecía nada malo el contenido ni nada, sino que estaba bastante bien, concluyendo que ninguna mujer que haya decidido tener un par de hijos con la persona que escribe habitualmente cosas que me gustan puede ser incapaz de distinguir su pie derecho del izquierdo.

En otras palabras, la anécdota es lo de menos, pero lo que vale es que se demuestra una vez más la obviedad sigiuente: muchos adultos tenemos la habilidad de justificar lo (supuestamente) injustificable en base a nuestra propia visión sesgada de los hechos. Es más, tenemos una batería de argumentos que sustentan nuestra aparentemente sólida e inobjetable posición.

Esto, lejos de ser un problema o una limitación, es lo que nos hace la vida más disfrutable a los poco rigurosos cuando los números o las palabras no nos cierran.

And I like it.

Al igual que el blog de esta señora.

Y no estoy siendo ni un ápice de irónico.










sábado, 10 de noviembre de 2007

The one in the middle


Evitando la pose de progenitor baboso que habla de sus críos y cuenta cosas que no le interesan a nadie, esta es la breve crónica del muchacho que falta: el del medio. Veremos si podemos ir de lo particular a lo general.

El tipo está en el tramo casi final de la primaria, y es demasiado chico para su hermano mayor y demasiado grande para el menor. Sabe que pierde por fuerza con el primero, y por compasión con el roedorcito benjamín. Sus dos hermanos tienen personalidades definidas: medio hosco el más grande, expansivo el más chico, tipo que se gana el lugar a las patadas.

El del medio, no: como todo intermediario, sabe acomodarse para un lado y para el otro, según convenga a la circunstancia. Lo que sus hermanos tienen de extremistas, él lo tiene de negociador. El tipo es un muchacho popular en la escuela, como se acostumbra decir ahora en épocas de comedias musicales pelotudas. No está para comerciales de shampoo que incluyen niños rubios, pero la realidad es que a su fotolog entran todas las minitas de su grado, y le escriben cosas como ídolo, dioso, y esas pavadas. Todas se sacan fotos con él. Juega al fútbol en el equipo: no es el mejor, pero está ahí, es uno de los once, y no el gordito que mira desde fuera. De vez en cuando resbala en una evaluación, pero enseguida se recupera. No está para el cuadro de honor, pero jamás ha tenido problemas serios.

Su principal arma es la cosa casual, el comentario irónico mezcla de ingenuidad e ironía, esa cosa que enternece a las minitas y a veces irrita a quienes ejercen autoridad sobre él (incluyendo a su padre, por supuesto): no se sabe cuál será su reacción porque siempre te está midiendo y viendo hasta dónde puede tirar de la soga o no. Ese o no es el que (me) pone nervioso.

Dejando de lado el caso particular, ese tipo de personalidad a mí siempre me pareció una desgracia, pero compruebo que es la que lo lleva por la vida en un camino que tiene más flores que piedras puntiagudas. Debería coincidir con mi teoría de los grises expuesta en otro momento, pero la realidad es que el que está en el medio sigue adelante con una sonrisa y disfruta de lo mejor de los dos mundos.

Posiblemente todos estemos en busca de lo absoluto, de la verdad revelada o de la pelotudez cúbica, pero en una de ésas la gracia está allí, donde el tipo del medio se mueve a sus anchas y se ríe de nuestras rigideces.

Las cosas que hay que ver...


Mi amigo P. es separado reciente (pero por segunda vez de la misma mina). Fortysomething, profesional independiente, no luce mal, un tanto viajado quizás, pero tiene todos sus pelos en la cabeza y la inmensa mayoría de los caramelos en el frasco.

Tiene debilidad por los sitios de encuentros, por llamarlos de un modo cursi. Cuando todavía era un hombre casado, consiguió más de un huesito que roer mientras ganaba tiempo (y coraje) para saltar al vacío por segunda vez.

- Man, las minas están locas.

- Decime algo que no sepa, fue mi pedestre respuesta.

- Ayer vi el perfil de una mina separada como yo, con hijos como yo, con ganas de salir adelante como yo, mil coincidencias, buscando el mega-amor de su vida.

- 'Tons?

- Como no quiero parecer un tipo tan formal, y no es mi estilo el "pasá pa' la pieza", le mandé un par de líneas que contenían la expresión "¿Jugamos un rato?".

- ...

- Me contestó, muy enérgicamente: "Parece que no leíste bien mi descripción ni mi perfil. No estoy para jugar".

- Ajá, ¿y vos le contestaste?

- Sí, de inmediato le mandé un mensaje que decía, escuetamente, "OK, disculpame, entonces quedamos en encontrarnos en la puerta del Registro Civil, ¿dale?"

Mi amigo P. todavía está esperando la respuesta.

Pero los dos nos reímos un buen rato. Y eso no tiene precio.

viernes, 9 de noviembre de 2007

IN FRANCE THEY KISS ON MAIN STREET

She's back.

Esto tiene sus años, pero ELLA está de vuelta y estamos todos contentos.

Enjoy.

jueves, 8 de noviembre de 2007

Movin' target


Todo empieza de manera calma. De manera queda.

Como todas las operaciones sigilosas. La temporada comenzó y los pasos de la presa son sigilosamente seguidos, monitoreados.

Las preparaciones laterales siguen su curso, empezaron hace un tiempo, decisiones que se toman, y nadie sabe nada. Nadie, por supuesto, es la futura presa. Todos los demás no son nadie. De otro modo, la presa no sería la presa.

El mundo se mueve como en un nivel paralelo, donde los diálogos no lo son, las sonrisas sólo lo parecen, y los comentarios casuales son cualquier cosa menos eso, casuales. Todos miden sus movimientos, no sea cosa que, ¿vio?.

En rigor, los que saben la verdad de la milanesa son sólo unos pocos, y su posición ética es dificultosa: un gesto de más, una palabra no dicha, un amague de desdén o falta de preocupación por asuntos ostensiblemente urgentes delatarían el apertrechamiento sordo y echarían por tierra toda la estrategia.

Mientras tanto, la presa sigue mordisqueando el pastito donde tiene oportunidad y hace ver que su situación está lejos de ser la que realmente es. Out of sight, out of mind.

Por supuesto, nada es eterno, y la presa en algún momento levanta la cabeza, olisquea en el aire, mira alrededor con aire nervioso y se percata de que el aparente orden tiene de todo menos eso, orden, y cada vez menos de aparente. Empieza a probar tácticas de comprobación que le digan, que le den una pista, que la autoconvenzan, de que en realidad todo sigue como entonces y el prado es todo de ella. A veces lo verifica, a veces no. Las más, la incertidumbre todo lo invade.

Hasta que un día, el menos esperado, el que tiene más sol, en el mejor paisaje, alguien la llama y le dice:

- Tenemos que decirte algo: a partir de mañana ya no vas a trabajar con nosotros.

Diez minutos después, la presa pasa a mi lado, dice "chau", caminando enérgicamente. Apenas tuve oportunidad de saber cómo se llamaba y que le gustaban las pelis de Almodóvar. Sintiendo casi alivio por el final de la intriga, balbuceo un torpe: "Hasta pronto".

Me clava dos dardos de ojos: "No, hasta nunca".