viernes, 21 de noviembre de 2008

Ai Sí Ded Pípol


Desde hace muchos años trabajo en contacto con gente. Ventas, marketing, esas cosas.
Serán los años que llevo en mis espaldas, será la época del año donde todos saludamos a no sabemos quién, será la circunstancia coyuntural, pero la realidad es que en el subte, arriba del auto cuando doblo una esquina y esquivo a un peatón imprudente, miro caras, miro gestos, y veo... gente que conozco.
O que creo conocer, que es más o menos lo mismo.
Clientes, proveedores, gente que me cagó o a quien yo defraudé, o hice feliz por un instante, o la cuñada de alguien que una vez me conectó con otra persona a quien vi en una feria o convención, alguien que me crucé en un avion o en una playa de la costa Oeste de la Florida.
Ex compañeros de infancia que arrastran sus huesos gallardamente o impunemente como yo, o con trajes Armani o que sobreviven vendiendo vaya a saber uno qué cosa.
Un cliente de alguien que salió conmigo, o alguien que me recomendó para un laburo, o un consultor en alguna empresa que hoy es historia.
Gente que antes ocupaba algo más o algo menos de lugar en el espacio. Gordos que ahora hacen yoga. Diosas alucinantes que hoy muestran las raíces en una cabellera pelirroja que pide por favor un poco de piedad.
Mujeres con quienes cambié dos frases o un par de caricias. Hombres que me insultaron o me felicitaron por un buen negocio.
Todos muertos, aunque estén de este lado del piso.
Todos/as ellos/as. Yo camino solo, y veo... como dice la canción del salmón.
Una gran comedia wildeana, todos saliendo y entrando de la escena sin saber porqué. Ninguno de ellos me para y me dice "qué hacés, tanto tiempo... estás igual (o estás arruinado)". Yo hago exactamente lo mismo con ellos.
No. Nada. No pasa nada. Todos seguimos caminando en la bendita Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Yo estoy muy vivo, me consta, pero para ellos estoy tan muerto como ellos para mí.
Y no sé si está tan mal que así sea.

martes, 4 de noviembre de 2008