domingo, 28 de septiembre de 2008

Out of sight, out of mind


El lugar común dice que “lo que no está en la tele no existe”. Hay muchas razones para creer que es así. Hace unos días, en un episodio que ya nadie recuerda porque hubo otras cosas en el medio (un par de trillones de dólares por las alcantarillas, por ejemplo), un pujante y joven empresario apareció hecho un colador junto con otros 2 tipos porque por un momento pensaron que se podía joder impunemente con gente pesada como los narcotraficantes. O, peor, la clase politica (si no, pregunten a Lourdes “la voladora”).

En los días subsiguientes, en todos los noticieros, aparecieron por doquier cuerpos “no identificados”, muertos por ahí en algún pajonal o baldío o “accidentalmente” ahogados en un desagüe de los suburbios. Indignación. ¿Qué nos está pasando a los argentinos? Hasta donde yo sé, los cadáveres no copulan entre sí y generan nuevos cadáveres, lo que nos lleva a la triste conclusión de que “esas cosas pasan”.

Pasan, claro que sí. Sólo que no nos damos cuenta porque en algún momento es rentable que sea noticia y en otros no tanto. Y la rentabilidad en estos casos no sólo se mide en dinero sino en intereses políticos (que significan dinero, lo cual es casi lo mismo).

Ni hablar de cuando cada tanto "descubrimos" que mueren montones de personas gracias a ser tan descuidados manejando, pero ese tema ya lo tratan mejor en otro lado.

Para esos días de efedrina loca hubo en Toronto, Ontario, Canadá, una megaexplosión . Un depósito de contenedores de gas se incendió a eso de las 3am. Un amigo mío que vive allí, de visita por acá, me mostró el video que subieron a youtube (un resumen acá). Un buchón equivalente a los que localmente laburan gratis para los medios se había tomado el trabajo de estar colgado con su camarita en vivo, llamas por aquí, chispas por allá, unos cuantos “Oh my God” intercalados, hasta que a los 5 minutos o por ahí de la filmación el cielo entero (y no estoy exagerando) se pintó de naranja, como si fuera un honguito de la época del ’45 en Japón. Literalmente, se hizo de día en plena noche por un algunos segundos. Un par de tanques grandes habían estallado. La totalidad de la conflagración dejó “solamente” dos muertos (un sereno del que no han encontrado ni encontrarán ni una emplomadura de muela, por razones obvias) y un bombero que se murió del susto.

Muy poco marketinera la explosión. Qué mal gusto. El barrio en las afueras de Toronto ya no sirve más, muchas casas o se derrumbaron o vieron hechos pelota sus vidrios y quemadas unas cuantas cosas, y además los valores de la propiedad en la zona están para hacerse una panzada por lo baratos (acontecimientos posteriores hicieron sobrar a la explosión).

Anyway, nadie mostró nada en la tele local porque Toronto queda lejos, pero hace unos años pasó algo parecido acá nomás en Pablo Podestá, GBA Noroeste. Una conocida empresa, que se jacta de ser “de familia” en su slogan publicitario pero en realidad es una megacorporación química con presencia en muchos países, tuvo un incendio similar en su depósito de envases altamente inflamables y el barrio entero estuvo a un tris de volar por los aires, que no eran tan buenos, por supuesto.

Cuando los móviles salían corriendo a registrar la primicia (que ya había sido adelantada al aire), el encargado de RRPP de la empresa se comunicó con los medios que “mueven la aguja” (en los países bananeros no son más de 5) y sólo les advirtió que unos pocos segundos de cobertura en vivo del accidente iban a repercutir muy negativamente (pero muy) en la inmensa pauta publicitaria que mantenía la empresa.

¿A que no saben qué hicieron los “medios”?

Por lo cual, tengamos todos en claro que lo que vivimos hoy, aquí y ahora, es tan sólo una ilusión. La realidad, al igual que la vida, está en otra parte.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Road to extinction




Sí, están en todos lados.


Aun en un país subdesarrollado como el nuestro, la gente mayor, y las mujeres, en especial, que tienen más expectativa de vida, más todavía.


No es necesario que tengan glamour, como dice una anónima en un comentario de por ahí. Pueden ser altas, bajas, gorditas, flaquitas, rubias, morochas, argentinas o extranjeras. ABC1, D1, D2 o las categorías marketineras que se te ocurran.


Todas, o casi todas, usan el pelo corto.


Ok, estoy en contacto en mi vida con mujeres de la llamada Tercera Edad. El lugar común dice que a medida que una mujer va envejeciendo, va acortando la longitud de su cabello al tiempo que aumenta la de sus faldas. Peor aun, la mayoría usa pantalones, y eso también me cae mal, según lo dije alguna vez.

Más allá de que me gusten las mujeres con historia, como también dije otra vez, pasa por un tema de femineidad. En la mayoría de los casos, una mujer con el cabello corto se asemeja a un hombre. Es más, algunas hasta se lo peinan con raya al costado, para no hablar de las que ya no usan tintura, rasgo que a veces hasta puede resultar muy interesante, pero no en este caso.

Supongo que con la menopausia, la “actitud femenina” se ve resentida bastante, aun si la sujeto en cuestión está casada o en pareja desde hace mucho, o… ¡precisamente por ese motivo!

La realidad es que yo estoy asustado porque si bien no tengo la menor intención de invitar con un martín rosso a ninguna señora mayor, me preocupa seriamente el avaronamiento de las mujeres porteñas, mucho menos que el presunto aputonamiento de muchos de mis congéneres aspirantes a metrosexuales (en este caso es mejor, porque a muchas chicas todavía les atraen los old fashioned square middle aged guys como un servidor).

Todas esas mujeres, las del pelo corto, todos los días, se parecen más a un hombre, sólo que no tienen pene. Todas se homogeinizan con sus otrora partenaires de cama. Llegará un momento, en el not so distant future, en el que seremos todos hombres, con o sin libras de carne delante. Allí estaremos fritos, claramente. Y no sabremos, o al menos yo seguro que no, no sabremos qué hacer con determinadas cosas o en determinadas circunstancias. Posiblemente perderemos la razón básica de nuestra existencia, la diferencia.






domingo, 7 de septiembre de 2008

Shattered glass and other broken stuff


Sábado a la noche, luego de degustar al Mariano Otero Quinteto en San Telmo.

Post concierto, restaurant franchute en los aledaños. Coolidad por doquier.

Yo estaba acompañado por una persona. A mis espaldas, mesa adyacente, pareja heterosexual fiftysomething.

El tono de voz de mis vecinos se empieza a levantar, ocasionalmente. No mucho al comienzo, pero luego se intercalan frases del tipo "vos tenés que hacerte responsable". Súbitamente, la mina se levanta, pasa a mi lado y se dirige resultamente hacia la puerta del establecimiento. Rubia, un tanto flaca, alta, casi seguro que era linda de joven, pero nada de andar rajando la tierra. Silencio de radio del partner, a quien presiento o desolado o directamente indiferente.

Algunas cabezas giran siguiendo a la rubia cuando sale al frío de la calle. Siguen con sus bondiolitas con coulis de no sé qué y esas cosas (yo atacaba mi lomo).

A los 2 minutos, vuelve la rubia, el tipo ni se había levantado, siguen discutiendo, mismo tono, hasta que redepente ¡crash!

Acá sí que se armó la goma, me dije. De reojo me fijé a ver si alguno de los vidrios de una copa estaba al alcance de mis zapatos, pero no, como mínimo un metro atrás. A todo esto, pre-rotura, durante-rotura, post-rotura, los/as mozos/as del lugar seguían impávidos con sus tareas, ni una mueca, ni una ceja levantada. Miro hacia el aparente encargado, a mi derecha: enfrascado en dar vuelta los chirimbolos de las adiciones. Como quien ve llover, diría mi abuelita.

Al minuto, déjà vû. La rubia se levanta, ligero gritito y sale (siempre caminando como una lady) nuevamente. A diferencia de la vez anterior, esta vez el tipo se levanta, como quien se olvidó de comprar fasos y va a hacia la puerta, asegurándose de que la shegua ya hubiese salido cuando él se levantó. Gordito, bien vestido, comerciante exitoso o gerente de sistemas en proceso relax.

5 minutos más tarde, reingresan ambos. Se sientan nuevamente, el tono de la discusión no cambia un ápice, jamás llegan al grito pelado, pero o terminaron la comida o la tienen atragantada. Mi acompañante sugiere que tienen un pedo que flamean, cosa que puede ser cierta porque tiene una visión privilegiada. Yo ensancho mis espaldas ante mi acompañante previendo un posible efecto Roviralta, o sea la mina arrojándole el cenicero al tipo y errándole a él pero no a otra gente, por caso mi acompañante o en el peor de los casos, mi nuca. Nada sucede.

Tras un breve cabildeo, la mina se levanta sola y sale de nuevo. Intercambio miradas atónitas con mi acompañante: esto es el acabóse. Miro de reojo el resto del restaurante para verificar que no hay cámaras ocultas de Tinelli. A todo esto, los waiters/waitresses vestidos con remeras amarillas con publicidad de un licor francés siguen como si nada. No resisto más, la paro con el brazo a una con aspecto de Ellen de Generes morocha (presuntamente con las mismas preferencias sexuales a juzgar por su tono, similar al de mi mecánico).

- Vienen todas las semanas, me espeta antes de que yo le pregunte nada, presumiblemente acostumbrada a la incredulidad de los parroquianos.

Siempre hacen lo mismo.

Media vuelta y a seguir laburando. El adicionista, presuntamente encargado, me dirige una sonrisa resignada. Las cosas que hay que hacer por conformar a los clientes.

Mi acompañante me hace observaciones del tipo "siempre hay un roto para un descosido", "uno es S y el otro M, siempre es así, nada es gratis", "posiblemente sea un juego para excitarse mutuamente", "quizás ahora estén revolcándose en un telo acá a dos cuadras", y esas cosas.

Y yo que pensaba que era un tipo retorcido y complicado...