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En la cuadra del edificio donde vivía hasta hace unos tres años, en el centro de Belgrano, hay un edificio cerca de la esquina que tiene un encargado muy simpático, pero no porque sea gracioso: de hecho no lo es, y anda arrastrando sus pies por ahí acompañado de una perrita pedorra de raza perro que sí es simpática. Cuando yo vivía allí lo veía casi siempre, con esa gracia que tienen los encargados de los edificios a la tardecita/noche, bañaditos y con el jean "de salir", las adidas blanquitas y el pólar sin mangas.
Desde que voy ocasionalmente, es rara la vez que no lo encuentre también dando vueltas por ahí, solo o con la perra. Uno ve la perra y sabe que el tipo está cerca, como esos animalejos que alertan sobre la presencia de un depredador en los alrededores.
Ahora bien, en un principio yo creía que esto sucedía porque yo siempre iba a la misma hora, los mismos días de la semana. Pero al poco tiempo me di cuenta de que el tipo siempre estaba ahí, inclusive cuando me acercaba en auto y estaba, digamos, a 5 cuadras del lugar, fuera de mis horas o días habituales, o hasta cuando pasaba de casualidad por allí. Droopy y su perrita blanca.
Con mis hijos lo bautizamos Droopy por esa capacidad de aparecer de la nada que tenía el perro de los dibus, y solemos reírnos mucho cada vez que lo vemos. Lo señalamos con las cejas cuando pasamos a su lado, o los veo reírse de vereda a vereda cuando advierten que yo registré su presencia. Sin ir más lejos, hace media hora fui a darle algo de ropa a uno de mis hijos (se la había olvidado en mi casa), en un horario en que no voy nunca... y ahí estaba Droopy con su perrita fiel.
Yo también creía que este era un hecho aislado, una anécdota de encontrarse con alguien casi de casualidad, como a veces me lo cruzo al churrero paraguayo que anda en bici por las calles del barrio de Saavedra los sábados por la mañana y yo lo persigo en auto por la calle Conesa (o eventualmente por Zapiola), frenando en cada bocacalle a ver si lo ubico. Sí, usualmente lo encuentro, me compro un par de churros (más ricos y baratos que los de la panadería), y me acuerdo del comienzo de Rayuela, eso de salir a encontrar a alguien aunque uno no sepa si... ¿encontraría a la Maga?
Lamentablemente, las apariciones raras y los canes me siguen acosando: en el edificio donde vivo ahora solía escuchar, cuando apenas me mudé, un concierto de perros aullando y ladrando como si los estuviese atendiendo Camps o Echecolatz (o Patti, ya que estamos). Por vecinos me había enterado que un señor raro casado con una señora, ya mayores, sin hijos o con hijos mayores viviendo quién sabe dónde, tenían un pequeño negocio acá a dos cuadras y ocasionalmente se turnaban para pasear a los perros. Lo que me está preocupando en estos días es que tengo mi propia versión barrial de Droopy, porque también me lo encuentro al tipo, paseando a algunos de sus 97 perros a cualquier hora del día o la noche, en cualquier lugar, y en cualquier circunstancia. Al tipo me lo he cruzado un sábado de madrugada, o sea, domingo tipo 6am, yo volviendo un tanto escorado, y él lo más fresco con los perros (de a tres, mínimo) cagando alegremente sobre la vereda donde después yo juego a la rayuela para no enchastrarme.
Es más: una vez que no funcionaba el ascensor, el tipo se quejaba porque tenía que subir 5 pisos... ¡con un perro cardíaco!
Me parece que estoy en un momento peligroso de mi vida. Sueño que seres siniestros con perros salvajes me persiguen, intentan averiguar mis secretos, controlar mis movimientos o, como los dementors de Harry Potter, extraerme mi alma al tiempo que me dejan congelado y sin vida.
Horror.