Desde hace unos meses tengo que hacer un trámite más o menos una vez al mes en Carupá, que yo creía era un suburbio al Norte de la ciudad autónoma (muy barroso) donde había canchas de rugby (en realidad, eso es verdad, pero no es sólo eso). Para mi sorpresa, descubrí que es un barrio casi quedado en el tiempo, cerca de Tigre, con calles empedradas que devuelven el sonido de los pasos y hace que uno camine con cuidado para no caerse, inclusive si, como yo, no calzan zapatos de tacón.
Ok, hay lugares con más glamour, acepto eso. La primera vez que fui, a la tarde y en el tren de la línea Mitre que también pasa por mi casa, retorné a la civilización tipo 6pm, yo feliz de la vida porque iba a poder regresar con el tren vacío, hora pico, todo el mundo se va para allá de vuelta, no viene al centro.
Error.
Como verifiqué en oportunidades subsiguientes, la última de ellas ayer mismo, el tren ya viene casi lleno desde Tigre (la cabecera del ramal), y mis congéneres se amuchan a las puertas en estampida hacia dentro de los vagones. Qué lindo.
Gran parte del personal de servicio de zonas well-off viaja en ese tren. Multitudes de mucamas con retiro (y a Retiro), seguranças en uniforme, albañiles, personal de mantenimiento en general, jornaleros variopintos, se van subiendo al tren durante todo el recorrido hacia el centro, en especial en la zona intermedia donde se pone concheto, desde San Isidro hasta Olivos, más o menos. Abundan las palabras pronunciadas con acentos que no son porteños, voces cuyo volumen se eleva un poco más allá de la circunspección elegante que predomina en las damas y jovenzuelas perfumadas que se suman en la citada sección media del recorrido. Después todo es medio pelo, como en la estación donde me bajo yo, o va raleándose con olor a yuyos y otros detalles no tan gratos, tipo San Fernando o Virreyes o Carupá mismo.
Lo primero que me causa gracia son los relatos que afirman que ese ramal es casi chic. Je. Yo también he viajado hace poco al Oeste en el San Martín y parecía el tren de la peli Darjeeling. Uno nunca termina de asombrarse, sobre todo siendo un porteñito no tan acostumbrado a movilizarse fuera del auto.
Si quieren hago una pausa acá, así la gente biempensante y solidaria con los postergados socialmente comienza a redactar alguna diatriba contra mi prosa de sospechoso tufillo discriminador. No es así, pero os dejo igual el privilegio…
Seguimos.
A la estación siguiente alguien bajó y yo me senté. En el asiento inmediatamente frente a mí veo a un señor cincuentón con aspecto gay, con una cámara digital en la mano que debía valer más que todo el guardarropa de quienes viajábamos en ese mismo vagón, o quizás del tren en su totalidad. Le digo en mi francés anquilosado (hacía mucho que no lo hablaba) que meta la cámara en el bolso. El franchute (¿o tal vez sería québecois?) hace un semigesto de asombro, pero al ver el asentimiento de una cincuentona a su lado (entonces aparentemente no era gay, aunque nunca se sabe), me da pelota y mete cámara en bolsa. Pas besoin de provoquer, hein?, le espeto ya encancherado con mi dominio de la lingua gala y haciéndole un vago gesto con la vista señalando los alrededores del vagón. Ouais, me contesta y sigue conversando con su ¿pareja?, que tiene unos ojos hermosos, verdes, no celestes, pero la muy guacha se los tapa con unos Ray Ban oscurísimos.
Súbitamente, el grupo de mucamas nordestinas/paraguayas llama mi atención porque una de ellas solicita a voz en cuello que por favor algún caballero le dé el asiento a una señora embarazada, aparentemente una de ellas. Las otras siete de la partida se ponen a reír por alguna razón ajena a mi comprensión, pero es tarde, ya medio como que levanté el culo del asiento casi por instinto y me veo en una situación embarazosa (para estar a tono con la circunstancia): me hago el considerado y quizás todo era una joda. Pero no, aparece una joven con sobrepeso, vestida con un breve solero blanco con pintitas, que si no está embarazada por lo menos serviría para un buen photo shoot de alguna publicidad antes/después de un método para adelgazar. Me levanto del asiento y la preñada lo toma. Las otras “chicas” (algunas cincuentonas como la francesa/québecoise) me aplauden y se ríen. Me muero de vergüenza y paso al vagón adyacente, puteando por dentro porque una vez más me van a aplastar en el trayecto.
En el otro vagón, justo cuando arribamos a la siguiente estación, la fortuna me acompaña (¡qué fin de año, papá!, me digo a mí mismo) y consigo otro asiento, y también con un set de dos frente a mí, esta vez ocupado, al mismo tiempo que yo (nos sentamos simultáneamente) por una señora joven con una nenita preciosa de unos 2 años de edad en su regazo. La pendeja estaba inquieta, muy inquieta, pero es natural, a los niños tan pequeños les molesta viajar en un vehículo que se mueve tanto como un tren o un bondi. Súbitamente, la madre se levanta y va hacia la puerta. Yo pensaba que se bajaba en la próxima, pero el aparente marido y una hermana de la niña seguían ahí cerca. No, lo que estaba haciendo la madre era intentar hacerle volcar el fruto de su estómago revuelto a la niña fuera del alcance de la ropa de los pasajeros… Caramba, esto no lo tenía previsto, en mi casa me hubiese divertido más y en un entorno más limpio.
Quedé impresionado, y entonces me moví un vagón más hacia el final de la formación. Hombre huyendo permanentemente, esto no es bueno, me dije, pero continuando con mi (no tan buena) suerte, en la siguiente estación no se desocupó un asiento, sino… ¡tres! Esta vez sí, me dije, y me zambullí justo en uno que además iba en el mismo sentido del tren, o sea podía observar viniendo hacia mí el bello paisaje de las estaciones cercanas a Acasusso o por ahí. Estaba asombrado de que el único clavadista con estilo para agarrar el asiento hubiese sido yo: los dos asientos frente a mí estaban vacíos. Me pongo a mirar a alrededor y justo al lado de donde estaba yo sentado, a apenas micrones de mis zapatos, había la clase de desecho humano que la niñita de 2 años seguramente ya había concretado en el vagón que venía de abandonar…
Qué suerte pa’la desgracia, como decía un tipo realmente cómico (y como diría Julito).
Ya resignado me mandé hasta el otro vagón, y recé porque no tuviera más problemas dado que el siguiente paso eran las puras y duras vías…
Debe haber sido lo del rezo, entonces, lo que llamó al destino a inmiscuirse otra vez en mi aparente bienestar: en Carupá había subido conmigo un señor casi anciano con camisa blanca y corbata celeste arrastrando una valijita con rueditas, de esas que uno se lleva a Montevideo o a Córdoba cuando sólo va a dormir allí una noche o dos. El señor llevaba un bandoneón en la valijita y era una especie de predicador camuflado en su discutible talento musical, que de todos modos nos obsequió con una más que pasable versión de “Quejas de Bandoneón” del Gordo Troilo, para cerrar con “El viejo vals” de Charlo. Pasado lo cual, se mandó con una encíclica oral evangelista instando a los infieles (todos presuntamente católicos apostólicos romanos) a “sacar a Cristo de la Iglesia porque ahí está solo y se aburre”. El concepto no estaba del todo mal: al igual que casi todos los evangelistas, el tipo era un hombre de acción y no de andar con tanta cháchara. Caras mayormente incrédulas miraban para otro lado y ya iban rebuscando en bolsillos de caballeros y carteras de dama alguna moneda porque al fin y al cabo la performance lo merecía.
Mientras esto sucedía, otras hordas de turistas ponían una media sonrisa ante tanto color local incluido sin cargo adicional en el miserable pesito que les salió el viaje y que los llevaría a sus hoteles gay-friendly o similar de San Telmo (porque hay que decirlo, entre los turistas hay mucho puto, vea). Uno de ellos, aparentemente straight y aparente gringo del Midwest con tradicional gorrita náiqui, bermuditas de jean súper azules haciendo juego con medias blancas con vivos ad hoc y zapas de la misma marca, estaba medio tembleque porque el viejo se iba entusiasmando con su speech y cada vez se acercaba más al grito. Me puse en su lugar e intuí que estaba cagado en las patas: es como si yo escuchara en un tren de mala muerte en el África profunda a un tipo predicar en malayo (y más teniendo en cuenta que el malayo se habla o hablaba en otro continente). Yo no podría discernir si está tratando de persuadirme de algo o en cualquier momento se arma la goma porque al tipo le saltó la térmica y acto seguido saca una Uzi y nos manda a todos a empujar las margaritas desde abajo… De vez en cuando se daba un cuarto de vuelta en su asiento, donde se movía nervioso hasta que el jovatex empezó a pasar la gorra. Ahá, era sanata nomás para que le den una moneda, debe haber pensado. El gringo ni se mosqueó en nada, lo miró pasar y siguió en su mundo, mirando los arbolitos de las estaciones, que es casi todo lo que se ve desde la ventana.
Movido por esa observación, yo, que iba parado, me di cuenta de que en las estaciones de esa línea, al igual que en los caminos de Dios de nuestra Argentina, hay que saber de qué se trata para no perderse. Las estaciones tienen un par de carteles roñosos donde dice el nombre, con sendos mini carteles a los lados que indican la estación anterior y la posterior, con una flechita chota. Si uno no presta atención a la parte media de la estación, tiene que intuir si está en Martínez o en Victoria, cuando no en González Catán. No, no es así, me dije. Yo estoy parado y mido casi 1,90m. Si me agacho puedo llegar a verlos, pero igual son pocos los carteles. Desventajas del subdesarrollo, y eso que esa línea tiene a los simpáticos peques como dibujito animado entretenedor (las que tienen pantallas LCD).
A esa altura ya tenía un embole que no me soportaba, quería matar al ancianito, que se despidió diciéndole a unas brasileñas “Only love will save the World” (sic). Las brasileñas se reían y movían la joyería accordingly. No me dio ganas de darles el mismo consejo que al francés con aspecto de gay, que se jodan por pelotudas.
Mientras rumiaba resentimiento, miro alrededor y me doy cuenta de dónde estaba parado y de porqué no me habían aplastado: estaba en medio de dos asientos, en el hueco entre dos respaldos (¿me explico?). En esos lugares, justo del lado de la ventana, suelen poner cestos para tirar residuos, y yo, que siempre me mofaba internamente de los desesperados que se bancaban un viaje de una hora parados al lado de la basura… estaba exactamente en la misma situación. Evidentemente, con la costumbre uno va adaptándose a la ignominia. No soy especial, confirmé por enésima vez en mi vida, yo también soy penoso como habitante de esta ciudad. Me falta ir a algún comedero del microcentro a las 13.30hs de un miércoles y me gradúo de ganado humano.
Una vez llegado a la estación Núñez, salí del tren como un preso fugado de Batán, me bajé a la carrera y me mandé hacia Av. del Libertador, donde vivo, previo subirme a mi auto, que estaba en las inmediaciones de la estación. Cuando iba por 3 de Febrero pasé frente a un PH más o menos elegante, donde había un señor de algo más de 50 años con una preadolescente o adolescente (viste cómo vienen las pendejas ahora...) que parecía ser su hija y que lo estaba ayudando. El tipo estaba, a esa hora, tipo 7.30pm, todavía con luz pero bastante solitario, lavando a mano su vehículo japonés 4x4.
Ya había tenido demasiado con los contratiempos del viaje, así que me descargué. Paré en seco frente a la casa, el tipo se sobresaltó.
- Man, ¿querés que te diga una cosa? Sos un pelotudo. Hacer lavar la lancha esa en un lavadero acá a 5 cuadras no te sale más de 40 mangos, que calculo no deben ser un problema para vos. Por hacerte el ahorrativo o el handy man estás arriesgando tu auto, tu casa, y en última instancia (esto no se lo dije porque no es muy coloquial), tu propia hija. Pasan un par de chorros al voleo y te dejan con el culo mirando al Norte, y a tu hija ni te cuento… Después te voy a tener que ver en el noticiero de las 8 con la pancarta pidiendo por justicia y por la inseguridad. ¿Sos o te hacés?
El tipo hizo un gesto con el brazo como si estuviera arrojando el ramo de la novia hacia atrás, como diciendo que me deje de joder. Me encogí de hombros, puse primera de nuevo y pedí por favor no tener noticias en la tele de ese tipo en las próximas 24 horas, porque si no el cargo de conciencia iba a ser grande. Pero fundamentalmente porque no quería que los de la 35 me vengan a tocar el timbre a casa para preguntarme cosas.
Nada de lo que conté es mentira, todo sucedió, y ahora estoy acá escuchando a Ron Sexsmith & Don Kerr entremezclado con el ruido del viento en las hojas de un par de plantas que hay cerca de la ventana.
Algo bueno tenía que pasarme, ¿no?
This has been a pretty nice though bumpy year, but nice it was, y espero que el próximo sea mejor aun.
Que la pasen bien, boys and girls.
Feliz Año Nuevo.