martes, 28 de agosto de 2007

¿De qué te reís VOS?

El “chiste” circula por la red, y a esta altura ya debe ser viejo.

Reza del siguiente modo, textual y sin tocar una coma:

Se mueren Brad Pitt, Antonio Banderas y Carlos Tevez, llegan a las puertas del cielo y San Pedro les dice:

- En el cielo tenemos solo una norma, que la respetamos a rajatabla: "No se debe pisar a las palomas".

Entran en el cielo y, ¡¡ sorpresa !!, está lleno de palomas por todas partes!!!.
Es casi imposible moverse sin pisar ninguna, y aunque intentan evitarlas,a los pocos días Brad pisa a una por accidente.
Inmediatamente se presenta San Pedro con la mujer más fea que te podés imaginar, y la encadena con unas esposas al pobre chico: "Por haber pisado a una paloma, estás condenado a pasar el resto de la eternidad encadenado a esta mujer horrible".
A la semana siguiente, Antonio Banderas pisa sin querer a otra paloma.
San Pedro, que está atento a todo, aparece velozmente con otra mujer terriblemente fea y los esposa juntos para siempre.
Tevez, viendo la seriedad y gravedad del asunto, pone todo el cuidado del mundo y consigue que los meses vayan transcurriendo sin haber pisado a ninguna paloma.
Sin embargo, y a pesar que nunca pisó a ninguna paloma, un día se le presenta San Pedro con un bombón espectacular digno de las páginas centrales de Playboy... Era una rubia impresionante, alta, tostada por el sol y con unas curvas que no te cuento, hermosísima.
Sin decir una palabra, los encadena juntos y se larga.
Tevez quedó alucinado, y reflexiona en voz alta:
- Me pregunto que habré hecho para que me encadenen con vos
- Yo no sé vos, - dice la chica - pero yo acabo de pisar una puta paloma de mierda...

Jaja.

Qué gracioso. Siempre me pareció algo fuera de lugar el ensañamiento con gente que no responde a los cánones aceptados de la belleza occidental, que es una más entre varias. La mayoría de los criticones, cualquiera fuere su sexo, no pasarían de la qualy en la agencia de modelos más pedorra.

Pero acá hay algo más, y es que Carlitos es negrito. Reconocido, irrenunciable, de barrio netamente villa pero en propiedad horizontal, y hasta negro cumbiero salió. No conforme con ello, se niega a hacerse estética dental y en el cuello, donde se ven todavía marcas de una quemadura grave que tuvo cuando era pequeño y aprendía a jugar al fulbito de espaldas al arco, como juega la gente de avería en lugares donde nadie regala nada.

Un sitio vecino hasta incluye el des-calificativo en su nombre, pero su ingenioso y habitualmente mordaz dueño se cuida de dar señales, quizás no las suficientes, de que está lejos de ser un orangután, que paradójicamente es el tipo de animal con el que a veces se lo compara a Carlitos. Algunos lectores desprevenidos o descerebrados no pueden con su incontinencia racista y profieren exabruptos que también mueven a risa: si viviera Adolfito, la casi totalidad de ellos iría derechito a las cámaras de gas por el mero e incontestable hecho de haber salido al mundo acá y no en Baviera, no importa cuán rubiecitos sean tus padres.

Mientras tanto, Carlitos está en la patria chica de los Gallagher Bros mientras vos y yo leemos esto por acá nomás, cerquita de… ¡Fuerte Apache!.

Adicionalmente, si el tipo quisiera y andá saber si no lo ha hecho ya, puede tener en su habitación o más precisamente, mansión, y sin pagar una mísera pound, a una fila de minas que ni vos ni yo, ni en los sueños más locos, podríamos tener en la vida.

Contame quién es el ridículo.


Sí, se está riendo de vos. Entre otros, del que escribió el "chiste".

jueves, 23 de agosto de 2007

Otra vez las apariencias engañan

El tipo labura conmigo. Lo conozco desde hace poco. Tiene apariencia de garca, mira, pispea, carpetea como tal, viste un tanto anticuado (casi todo garca es anticuado y viceversa), habla con el peor tono porteño, el barrionortense, de hecho vive por allí y tiene una de esas camionetas ni muy caras ni muy truchas que usan preferentemente los garcas. Para colmo, no conforme con su título de formación comercial, el tipo está, ya a sus cuarenta y pico, estudiando abogacía. O sea, garca con ganas. Teniendo ambos formación universitaria + callejera y una carrera laboral más o menos extensa, es como que nos medimos todo el tiempo, desconfiamos el uno del otro, competimos, nos evaluamos mutuamente sin sacar una hoja, sin repetir y sin soplar. La convivencia no es fácil.

Pero ayer ocurrió algo distinto.

Visitando una sucursal de conocida cadena mayorista supermercadista de origen europeo por razones de laburo, él por lo suyo, yo por lo mío (no hacemos exactamente lo mismo), en un momento el tipo se acerca a la rotisería y se pide una porción de guiso de lentejas. Eran las 4 de la tarde, ambos habíamos almorzado juntos y en ese momento nos estábamos tomando un café en el barcito adyacente. Cuando se acerca con la bandejita caliente, poniendo sonrisa canchera, le pregunto si se quedó con hambre en el restaurant. Tras lo cual el tipo me explicó que en realidad eso era para una anciana mendiga que siempre para cerca de su casa, contra la pared de una embajada o por ahí, y que últimamente la había visto y charlado con ella, y había pasado mucho frío y hambre. Temiendo que se muera una de estas frías madrugadas en Buenos Aires el tipo estaba preocupado, por lo cual además del guiso que le iba a dar a la noche (luego de recalentarlo en el microondas de su casa), le compró en el súper, y conmigo de cuerpo presente, una botellita de alcohol para alimentar el calentadorcito que tenía la anciana, unos sobres de sopa rápida y un paquetito de morfi para un gato atorrante que habitualmente estaba con ella.

Cuando me contaba sus experiencias diarias con la anciana y el gato, yo pensaba que posiblemente pese a todo eso fuera un garca, pero mi manera de verlo no iba a ser la misma. La manera de verme a mí, posiblemente, tampoco es la misma.

¿Será posible que uno necesite ver cosas como esta para darse cuenta de cosas que uno no quiere o no puede darse cuenta? No de si uno es un garca o no (todo es posible), ni de tener conciencia de la miseria extrema. No, de replantear algunas maneras de mirar todo, desde lo pequeño hacia lo grande. El mundo no va a lamentar la muerte de esa anciana y de su gato, porque es posible que no vivan mucho más, pero la escasez de tipos que compren guisos de lentejas para otros sí es un serio problema.

lunes, 20 de agosto de 2007

Revelaciones en la noche

Mi hijo mayor es adolescente, toca la guitarra y lidera una banda de thrash metal.

Y sí, peor era que le guste Paulo Coelho, ¿no? La otra noche fui a hacerle el aguante a un suburbio oeste no demasiado alejado pero relativamente peligroso, medio de guardaespalda, medio de fletero, pero en realidad una oportunidad para estar más cerca en estas épocas de alejamientos.

Dejando de lado el costado lamentable de un boliche piojoso sin luces, sin escenario, sin estructura que encima les cobra para que toquen, el concierto no fue de los más brillantes. Yo había ido a otro y sonaron mucho mejor. Escuché más de un par de veces unas canciones que colgaron en internet. No están mal, todos pendejos con las influencias en la solapa pero que suenan como un ensamble bastante ajustado. Mi hijo compone todas y arregla la casi totalidad de las canciones, además de ser la lead guitar. Tocan sus canciones y unos cuantos covers de Anthrax y otros grupos obscenos de nombres impronunciables e ignotos. Además, el tipo estudia música y mueve los dedos un tanto más rápido y más preciso que la media.

Pese a todo, esa noche la química no funcionó. Mientras nos tomábamos una cocacola en una pizzería a la vuelta del sucucho, el pendex me comentaba que estaba un tanto apesadumbrado de ánimo por circunstancias personales, que quizás habían motivado sus desajustes, pero ese sentimiento era ampliamente sobrepasado, al menos por el momento, por la sorpresa: "Vinieron unos chabones a felicitarme después del set, me daban la mano, me dijeron que antes sonábamos bien pero ahora la rompíamos, etc. etc.". Yo le dije que había notado un par de pifies en los solos, alguna entrada fuera de tempo del baterista, un desajuste del bajista, pero que no era gran cosa. Él me enumeró no menos de 10 errores en el corto set de de media hora.

Luego de decirle que quizás estaba exagerando, lo pensé mejor y aproveché para darle una lección de vida digna de un padre que ha vivido: la gente no sabe un carajo de música.

Yo mismo había comprobado mientras tocaban cómo pogueaban los pendejos del público, la mayoría niños de clase media con cara de estudiantes principiantes de arquitectura o de alumnos de colegios privados de Palermo. Tratando de que no se me cayera uno encima del hombro mientras volaba por el aire, me di cuenta de que no escuchaban nada, sólo flasheaban con la Isenbeck de litro en la mano. Ni siquiera fumaban faso, sólo cigarrillos.

Por lo cual la enseñanza textual, fue: niño, ésta es la muestra cabal de porqué pandillas de impresentables como Pier, las Pastillas del Abuelo, Árbol o El Bordo venden discos y llenan estadios. A nadie le importa un carajo cómo suena. Nadie distingue una síncopa de un contrapunto, y ni siquiera saben qué quiere decir una cosa u otra. Yo mismo no sé leer música pero escuchar desde hace tanto tiempo me permite discernir algunas cosas entre el temible tronar de la guitarra Jackson. Da lo mismo, todo es igual, el aguante nos carcome y, en el viaje, nos volvemos un poco más sordos.

Mi hijo ahora incrementó su frecuencia de práctica, porque nada se logra por casualidad.

Algo es algo. Mañana siempre es mejor, decía Spinetta. ¿Será?

viernes, 17 de agosto de 2007

El Contexto lo es todo

El otro día llevé a dos de mis hijos al club donde hacen deporte. Uno toma clases de tenis, otro va a la escuelita de fútbol. Luego de un rato de admirar sus innatas condiciones de las que pocas personas están convencidas además de sus familiares directos, me puse a caminar por ahí, entre ambos sectores, que no están adyacentes.

En el medio hay una cancha de básquet. Como he comentado más de una vez, yo practico con asiduidad este deporte desde pequeño, con un gap importante que finalizó hace unos cuantos años. Para resumir, cualquier actividad con una pelota anaranjada a mí me llama la atención: he mirado partidos viejos, en diferido, liga nacional, universitaria de USA, por supuesto la NBA en directo, torneo del ascenso y hasta las inferiores del club donde practico (estas son las más divertidas porque a casi todos los jovenzuelos los conozco desde que no tenían vello ni en las piernas). Ver la evolución es fascinante. Pensar que alguna vez harán los mismos papelones que yo en un equipo de veteranos, también…
Pero la cosa es que acá en este club (que no es donde yo practico) había una clase de básquet para adultos, que era mixta y que agrupaba a un variopinto rejunte de gente grande de edades entre los 40 y los 70 años. A los 10 segundos me di cuenta de que eran todos principiantes. Verlos botar torpemente la pelota tratando de zigzaguear entre los conitos distribuidos estratégicamente me impresionó. Adoptar poses ridículas para el lanzamiento al cesto (nunca tiro al aro) me produjo escozor. Hacer chistes y patear la bola (sacrilegio) ya me sacó de quicio y me retiré con una mezcla de indignación y vergüenza ajena. Lo que en los pequeños resulta hasta simpático, se había transformado en scary.

Esa gente tenía aspecto de pasarla muy bien en la vida (el club no tiene precisamente precios populares), su ropa deportiva estaba en un estado impecable y era de marcas reconocidas, las “chicas” lucían cortes, peinados y colores sofistiqué de rubia de Barrio Norte. La mayoría de los tipos tenían cara de Chief Financial Officer de ésos que aparecen en las páginas de internet de las megacorporaciones contándote lo bien que dieron los balances del último ejercicio fiscal. Esos peinaditos cancheros con las canas tiradas a un costadito, y toda esa mano. Todos ellos/as, o la gran mayoría, probablemente sean ejemplos a seguir en cuanto a profesionalismo, don de gentes, o aunque sea, falta de escrúpulos en su camino a la cima, a estos efectos no cuenta si se llevan bien con Dios o con el Diablo (o con ambos).

La realidad es que estaban allí, playing the fool. Pero por una causa noble. Alejados de sus escenarios “naturales”, donde sistemáticamente pueden aniquilar personas o empresas, o ser benefactores de la humanidad, o al menos de su comunidad.

Como decía un personaje en una vieja tira de Quino, en Mafalda, “en la playa y en short somos todos iguales”. Acá también eran iguales, aunque se notaba que mucho a ver a Excursionistas no iban ni se parecían a los personajes de Fontanarrosa que futbolean, ni siquiera a los que mi vecino Julito escracha en su blog.

Pero ahí estaban, igualados en la torpeza con los torpes más torpes, yo incluido, que para matizar la espera le daba con la raqueta a la pelotita verde contra el frontón.

De reojo, y como un flash, me pareció ver una sonrisa sarcástica en una de las rubias que estaba en la cancha de básquet.

miércoles, 15 de agosto de 2007

¿El tiempo es dinero?


Hace poco me sorprendí a mí mismo escribiendo en un blog vecino algo como "no pude leer ese texto que linkeaste porque es muy largo pero estoy de acuerdo con vos", o una burrada por el estilo.

Como la tecla enter no tiene entre sus defectos el arrepentimiento, me quedé pensando en cuán pelotudo era. Básicamente porque no tengo obligación de leer todo lo que hay por ahí, sólo lo que me interesa, obviamente, pero si lo hago... lo hago, y me dejo de joder.

Me molesta sobremanera que haya comentaristas de bloggers o gente en general que no lee algo "porque es largo".
Puedo entender que en mi laburo yo pida la información de manera concisa como para tomar una decisión, o la prepare de ese modo para alguien que está por encima, pero no en un blog o una revista o donde sea, ¿no? En una revista de negocios medio pedorra en una época tenían una sección que se llamaba "Cuentos cortos para ejecutivos rápidos". Paaaaaaaaaaa... Mensaje subliminal: sabemos que a vos la literatura te parece una mierda pero fundamentalmente una pérdida de tiempo, por lo cual te vamos a dar una dosis chiquita pero no mucho no sea cosa que te transformes en un vago y nos vengas a pedir que publiquemos en entregas a Proust o uno de ésos.

La lectura en estos lugares es o debería ser puro placer, elección, salto de acá para allá, regocijo en hacer la plancha donde a uno le quede cómodo. No te quejes, mi vida, si algiuen desarrolla una teoría conspirativa en quince páginas o te pone su tesis de posgrado encubierta en un estudio sobre las virtudes terapéuticas del romero. Nadie te está obligando a leerla, anyway.

El tiempo es dinero, pero no en este caso. El tiempo es sólo una canoíta que te permite navegar y poner la manito en el agua, probando y viendo. Pero no seas irrespetuoso/a para con los que intentan meterte de nuevo en lo que alguna vez era común: reflexionar a partir de un texto que tiene algún grado de elaboración. Que después resulte una basura o no es aleatorio, pero lo que no es aleatorio sino notorio es que es muy poco elegante pedir cosas cortitas o resumidas o abreviadas.

Espero haber podido resumir bien la idea.


lunes, 13 de agosto de 2007

Nada es casualidad...

Me quedé en la cama toda la mañana sólo para pasar el tiempo
Algo anda mal aquí
No puede negarse que
Uno de nosotros está cambiando
O quizás simplemente dejamos de intentar

Y es muy tarde, nena,
Ahora es muy tarde
Aunque realmente tratamos de hacerlo
Algo adentro se murió
Y no puedo ocultarlo
Y no puedo fingirlo
No, no, no…

Solía ser tan fácil vivir aquí con vos
Eras suave y delicada
Y yo sabía qué hacer
Ahora luces tan infeliz
Y yo me siento como un tonto

Y es muy tarde, nena,
Ahora es muy tarde
Aunque realmente tratamos de hacerlo
Algo adentro se murió
Y no puedo ocultarlo
Y no puedo fingirlo
No, no, no…

Habrá un momento para vos y para mí
Pero no podemos estar juntos
¿No lo sientes tú también?
No obstante estoy feliz por lo que tuvimos
Y cómo te amé alguna vez

Y es muy tarde, nena,
Ahora es muy tarde
Aunque realmente tratamos de hacerlo
Algo adentro se murió
Y no puedo ocultarlo
Y no puedo fingirlo
No, no, no…

Demasiado tarde, nena, es demasiado tarde
Querida, es demasiado tarde

It's Too Late
Carole King

viernes, 3 de agosto de 2007

Más que una yunta de bueyes

No, no es eso que piensan.

O sí. Traten por un momento de abstraerse de cómo es la vida cotidiana en un medio urbano donde (casi) todo el mundo labura.

Bien, ahora dejen de lado los trabajos manuales y muy pocos otros más.

¿Qué nos queda?

Más o menos esto.

Buena parte de la gente que labura está bastante tiempo por día frente a una terminal de PC. No sé exactamente qué hacen. Dejando de lado los data entry o los empleados de call center (que son unos cuantos), lo que he notado es que mucha gente va y está frente a la PC tipeando. Moviendo el mouse tratando de esquivar la tacita con café que se sirvió recién. Teclean un par de huevadas, miran a la pantalla como un pintor aprecia qué tal le quedó ese brochazo de índigo que le mandó al vestido de la mina que está pintando. Inclinan la cabeza y no es arte. O no parece.

Pareciera por momentos que la casi totalidad de la realidad cabe en una planilla de Excel o una presentación de Powerpoint o una base de datos o un flujo de tareas o algo, no sé, pero algo que está allí dentro. Tipean con la vista borrosa. Algo están por enganchar, o no. Muchas horas por día.

Cuando era chico leí un libro de Howard Fast que se llamaba Freedom Road, Camino de Libertad. El protagonista, Gedeon Jackson o algo así, un negro recién liberado, se las tenía que arreglar. Y un capítulo o sección se llamaba Gedeon Jackson trabaja con sus manos. Hoy casi nadie trabaja con sus manos en esta ciudad, parece. Pero pensándolo bien, también son las manos las que tipean esto que estoy escribiendo, que no es trabajo. Hace muchos años, en el Herald había una tira cómica que se llamaba The Fast Track, donde un computer geek se iba a relajar después de una jornada de 16 horas seguidas de laburo frente a una pantalla. ¿Dónde iba? A un salón de video juegos.

La pantalla es dueña de nuestras vidas. No podemos salirnos de ella. Todo pasa por allí. Inclusive esto. Multitudes de formas humanoides con cara de pantalla caminan como los niños hacia la picadora de carne en la peli de Alan Parker/Roger Waters. Un destino ominoso, sin duda.